La balada del caballo blanco - G.K. Chesterton

 





La balada del caballo blanco - G.K. Chesterton

Una gran faz volteó la noche–
provista de una gran enramada que arrojó al caos,
¿Por qué doblar una mortaja informe
para buscar la nube arcaica,
luz y visión de fuertes caballeros?


¿Dónde, hundidas, las siete inglaterras
yacen sepultas una sobre otra?
¿Por qué una espada ociosa, me pregunto,
agita el polvo como trueno
para hacer humo y sofocar al sol?

¿Qué forma puede discernir el hombre
de la nube de arcilla arrojada al cielo?
Estos señores iluminar pueden el misterio
del dominio o la victoria,
y cabalgarán en lo alto de la historia,
pero no retornarán.

Hundidos los colmillos en el gonfalón normando
murió el Dragón Dorado:
no nos despertaremos con una balada de cuerdas,
tiempo apropiado para las cosas pequeñas,
ni a los reyes santos veremos
cuesta abajo por la ladera de Severn.

Yerto, extraño y extravagantemente pintado
como el corpacho de Bayeux
se mantiene el alba de Inglaterra,
mientras Alfredo y los daneses
parecen cuentos que fingen la tribu entera;
algo muy inglés para ser verdadero.

Desde que alguna vez
un buen rey en una isla gobernó;
cuando caminó por un árbol de manzana
salieron del mar verdes demonios
y arrastraban pesadas plantas marinas
que iban dejando huellas de limo opalino.

Alfredo todavía no es cuento de hadas;
sus días corren como los nuestros,
en que también buscaba la siguiente hora
en llanuras con gente y cielos bajos,
desde las pocas ventanas de la torre,
o sea, desde la cabeza del hombre.

¿Pero quién mirará desde la capucha de Alfredo
o respirará su aliento vivo?
Su siglo, como pequeña nube oscura
que lejos deambula a la deriva,
muchedumbre sin ojo,
en que fuerte claman las trompetas lastimeras
y surcan densas flechas.

Señora, por una sola luz
vemos desde los ojos de Alfredo,
sabemos que vio a través de la destrucción
el signo que pende de su cuello,
donde Alguien más que Melquisedec
muerto está y nunca muere.

Por lo que traigo estas rimas
a quien me trajo la cruz,
pues en usted arde la flama infalible
y vi el signo que Guthrum percibió
cuando dejó reposar a sus naves
el temor,
y puso la mar en paz.

¿Recuerda cuando estuvimos
bajo una luna dragón,
y caminamos entre volcánicos tintes de la noche
por donde se libró la batalla desconocida
y vimos árboles negros en la cima de la batalla,
el espino negro sobre Ethandune?

Y pensé, “iré contigo,
como el hombre ha ido con Dios,
y discurre con una estrella errante,
errabundo corazón de las cosas que son,
cruz ardiente de amor y guerra
que, como tú, su camino sigue”.

Por delante, donde tú estás
estarán el honor y la risa,
bosques antaño purpurados y espuma perlada,
pabellón alado de Dios libre para errar;
su rostro, una casa errante,
casa volante para mí.

Cabalga a través de silentes tierras cataclísmicas,
anchurosas como la desolación,
atravesando estos días que como desiertos son,
cuando el orgullo y el escozor de una pequeña pluma
han secado y abierto los corazones de los hombres;
corazón de héroes, ¡cabalgad!

Cuesta arriba, a través de una casa vacía de estrellas,
que es el corazón que eres,
hacia el escarpado espacio inhumano
como se sube en la escala de la gracia,
llevando la luz del fuego en tu rostro
más allá de la estrella solitaria.

Toma estos versos, en recuerdo de la hora
en que nos desviamos del camino a casa
y oteamos las aldeas humeantes, raras
con el rey y el santo de las tierras del Oeste,
y vimos desfallecer la gloria occidental
cuan largo es el camino a Roma.

Comentarios

  1. Dios concede vencer al enemigo siempre y cuando la batalla sea librada para glorificar su Santo Nombre evangelizando a los derrotados.

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